Capítulo 1

Nos vamos al sur



Una mañana de enero, mientras preparaba el desayuno y escuchaba los pajaritos cantar, Ana tuvo una idea: “Armar los bolsos y llevar a sus hijitos Jacarandá (6) y Jacinto (4) a pasar el verano a la casa del sur”.
Su esposo, Fermín, un escritor muy reconocido, viajaba mucho, y en ese momento se encontraba en Washington presentando su nuevo libro: “Cómo hacerse millonario en un minuto”.

Ana, nunca daba un paso sin antes llamar a su esposo. Pero ese día no necesitó llamar a nadie. Bastó con escuchar en la radio la sensación térmica de la ciudad para decidir dónde quería pasar con sus hijos el resto del verano.
-¡Nos vamos al sur! exclamó la madre.

Terminó de servir los yogures, llenó de cereales cada boul y los dispuso sobre la bandeja que sólo se usa para “los desayunos especiales en la cama”. Entró en la pieza de los niños y levantó la persiana dejando entrar un solazo que rajaba la tierra. Los niños respetando sus “merecidas vacaciones”, no movieron ni un pelo mientras Ana tiraba sus ropitas sobre las camas. 
Prácticamente vació los placares. Demasiadas decisiones en un mismo día para definir qué ropa llevar.
-Llevamos todo. ¡Listo, ahora a armar los bolsos de los pequeños! ¡Arriba niños! ¡Vamos, despiértense, arribaaaaa! dijo entusiasmada la mamá.
Un pajarito se coló por la ventana que logró despertar a los pequeños durmientes quienes entre sábanas y bostezos miraron con desconcierto a su madre.
-¿Qué pasa mami? 
-Yo tengo sueño, quiero dormir un poco más, dijo el pequeño con la cara pegada a la almohada.
-Ya durmieron lo suficiente. ¡Levántense ya mismo! ¡Después del desayuno armamos los bolsos y nos vamos al sur!

Continuará…



Capítulo 2


Sandwichitos en el sur



Una nube de polvo cubría el camino. El auto de la familia Mc Love asomaba su trompa a gran velocidad. Ana conducía mientras Jacarandá y Jacinto observaban encantados las montañas y los árboles del paisaje. Aunque algo ansiosos preguntaban una y otra vez:
-¿Cuánto falta, ma?
-¿Cuándo llegamos?
-¿Falta mucho?
A lo que la mamá respondía una y mil veces:
-Ya falta menos chicos, en un rato llegamos, estamos cerca.
Pero era imposible calmarlos. Ellos seguían insistiendo.
-Tengo hambre.
-Yo tengo sed.
-Tengo sueño.
Y ante tantos pedidos la madre, en un instante de distracción, se dio vuelta para calmarlos.
-Niños, por favor, tengan paciencia. En la canasta tienen galletas y refresco. Tomen lo que quieran.
Y cuando volvió a mirar adelante, vio algo que la dejó paralizada: un enorme caballo cruzado en medio de la ruta.
-¡Pequeños! ¡Agárrense fuerte! 
El auto iba a mucha velocidad y era imposible frenarlo. Ana dio un fuerte volantazo para esquivarlo que los hizo salirse del camino y adentrarse en el bosque. Y justo antes de estrellarse contra un árbol, dio un volantazo para el otro lado. Estuvieron a punto de caerse en una laguna. Por suerte, Ana reaccionó a tiempo y clavó con todo los frenos.
El auto se deslizó unos metros sobre la tierra y cuando estaba por tocar el agua, por fin se detuvo, pero lo que no pudo detener fue su corazón, más acelerado que nunca.
-¿Pequeños? ¿Se encuentran bien? No tengan miedo, todo está en orden. Mamá se distrajo uno segundos y... casi chocamos, pero les prometo que no va a volver a suceder.

Ana encendió nuevamente el auto y logró retomar el camino y luego de unas cuantas horas exclamó:
-Llegamos!!!
- Bien!!! festejaron los pequeños.
Los niños salieron disparados hacia la casa, jugando una carrera a ver quién llegaba primero. 
-¡Listos, preparados, ya!
Claro que ganó el perro del vecino que, al ver la llegada de los visitantes, se autoinvitó a la posta. 
La madre mientras abría el baúl del auto, intentaba recordar en qué bolso había guardado las llaves.
-Jacarandá, ¿recuerdas dónde puse las llaves de la casa? ¡Ay! ¡No! ¡Me olvidé las llaves! 
El bosque se hizo silencio para escuchar la fatídica noticia.
-Mmm… Parece que mamá no tiene un buen día. Alguna manera debe haber para que podamos entrar. 
Y enseguida recordó el momento en que su mamá puso las llaves de la casa en la guantera del auto.
-¡Aquí están mamá! 
La madre aliviada comenzó a descargar todo lo que habían cargado, que era prácticamente la mitad de lo que tenían en su casa. Los niños ayudaron cargando los bolsos por el sendero de entrada. 

Una vez todos adentro, Ana abrió las ventanas, mientras Jacinto se colgaba de su falda pidiendo algo para comer. La madre un poco despistada, no recordaba dónde había guardado los sándwiches. Pero no hizo falta pensar mucho, el perro ya los había encontrado.
-¡Qué despistada soy! ¿Qué hace usted ahí? ¡Aléjese de los emparedados ya mismo! ¡Pequeños a comeeeer!
-¿Y papá? ¿Cuándo viene? preguntó Jacarandá.
-No sé hija, papá está presentando su libro muy lejos de aquí. A la noche lo llamamos.
-Quiero otro sandwichito -dijo Jacinto con la boca llena de pan.
Los tres disfrutaron del almuerzo mientras planeaban qué harían por la tarde.
-¿Qué les parece si dormimos una siesta y después salimos a pasear?
-No mamá, quiero ir a buscar a mis amigas.
-Yo quiero mirar los dibujitos.
-Primero la siesta y después lo que ustedes quieran.
El perro se hizo un festín con los restos de pan mientras los niños y la madre subían a la habitación. 
Ana se tiró en el medio de la cama y los chicos se zambulleron a sus costados. Ana se durmió enseguida, pero Jacarandá se aguantó lo más que pudo: dos minutos.
-Jacinto, ¿estás dormido?
-No. Contestó el pequeño.
-¿Nos levantamos?
Y sin esperar a la respuesta de su hermano, se deslizó por la cama para no despertar a su mamá, quien roncaba como un chancho.

Continuará…




Capítulo 3

Una siesta entre pinceles y colores



Jacarandá bajó las escaleras ayudando a su pequeño hermano.
Una vez en el living, sintió una gran alegría. Su mamá dormía y ellos eran libres para hacer lo que quisieran!
-¿Pintamos la casa? -sugirió Jacarandá.
-Mamá y papá se van a enojar.
-Pero la pintamos linda, así le damos una sorpresa para cuando se despierte de la siesta. ¡Manos a la obra!
Jacarandá fue en busca de su maletín con temperas y pinceles. Luego miró las paredes, dando lugar a la inspiración para encontrar el color adecuado.
-¡Rosa! -balbuceó la niña-. Y un segundo después los “hermanitos Dalí” se encontraban subidos al sillón pintando una de las paredes del living. Un poco de agua, un poco de tempera y zaz, estrellaban el pincel sobre la pared.
-¡Verde! -sugirió Jacinto-. Y con sus brochas enverdecieron la puerta.
-¡Amarillo! -y la televisión amarilla quedó.
-¡Rojo! -dijo la niña dirigiéndose a la mesa de la cocina.
Una y otra vez hicieron lo mismo. Tres horas pasaron hasta dejar el living, sus ropas, sus caras y cuanto objeto se cruzara lleno de trazos y manchones de colores. 

Un pajarito se posó sobre la ventana de Ana quien oportunamente la despertó de su profunda siesta. Ana entreabrió los ojos y notó que ninguno de sus hijos estaba a su lado. Eso la preocupó, ya que era signo de que estarían haciendo alguna travesura. Dicho y hecho. Bastó bajar el primer escalón para ver el living completamente intervenido por los pequeños artistas.

-¿Qué están haciendo?
-No mires ma, te estamos haciendo una sorpresa.
-Sí, una sorpresa -balbuceó Jacinto trepado a un mueble.
-Bajen ya mismo de ahí! Suelten los pinceles y desaparezcan de mi vista. ¡Me arruinaron las paredes!
-Yo no quería -acotó Jacinto.
-Las podemos limpiar si querés -sugirió Jacarandá.
-¡Ya mismo voy a llamar a su padre!
Esto no iba a gustarle nada a su papá y a los chicos les daba mucho miedo ver a papá enojado.
-¡Desaparezcan ya mismo de mi vista!

Los pequeños entendieron que debían desaparecer de la vista de su madre, porque cuando mamá se enoja, es mejor no estar cerca. Y eso hicieron. Corrieron sin rumbo un largo rato por el bosque.


Continuará…


Capítulo 4




Una experiencia particular



Jacarandá miró para atrás y notó que estaban en medio del bosque lo suficientemente lejos como para seguir corriendo.
-Estoy cansado -dijo Jacinto.
-Bueno, descansemos un poco -sugirió la niña.

De repente sintieron que algo se movía detrás de un arbusto. Jacarandá se acercó para ver que había. Dio un paso dio otro, dio un paso, dio otro y allí la pudo ver: era una simpática ardilla comiendo una nuez. Al verlos, la ardillita se escabulló asustada entre las plantas.
-¡Quiero verla! -murmuró Jacinto, quien fue interrumpido por otro sonido. Los hermanitos se dieron vuelta y descubrieron a la segunda visita: un hermoso ciervo tímido y pequeño.
-¡Un bambi! -susurró Jacarandá. Y para evitar asustarlo, se acercó en puntas de pie. Dio un paso, dio otro, dio un paso y otro y lo acarició.
De un momento a otro el bosque entero había venido a visitarlos. Estaban rodeados de ciervos, liebres, ardillas, sapos, ranas, pájaros carpinteros, colibríes y búhos. Jamás habían visto tantos animales juntos, que si bien parecían inofensivos, les daba miedo.
-A la cuenta de tres empezamos a correr -propuso la pequeña-. Uno, dos tres!!!

Y en seguida salieron disparados. Corrieron a mucha velocidad con todos los animales corriendo detrás de ellos.
-¡Me están alcanzando! -gritaba Jacinto.
-Corre Jacinto, ¡no te detengas! 
-¡Tengo miedo que me alcancen! Oh! ¡Quiero mami! -se quejaba Jacinto.
-Vamos corre rápido o nos atraparán! seguía alentándolo Jacarandá.
-Ayúdame, no te alcanzo, el ciervo se me esta acercando.
-Dame la mano, confía en mí.

Era tal el miedo que tenían, que no se daban cuenta que eran animales inofensivos con ganas de jugar. Anduvieron por el bosque un largo rato hasta que por fin Jacarandá encontró un arbusto donde esconderse. 

-¿Y ahora qué hacemos? 
-Nada -respondió Jacarandá. Respiró profundamente, y entendió que algo habían hecho mal. Si bien el plan era regalarle una sorpresa a mamá, pintar las paredes y escaparse al bosque no había sido la mejor idea. Habían hecho enojar a su madre y eso no le gustaba nada. Entonces se levantó con el impulso de regresar pero se dio cuenta que no tenía ni idea de dónde estaban.
-Me parece que estamos perdidos Jacinto. ¿Tú sabes como volver?
-No -Respondió su hermano al borde de las lágrimas. 
Jacarandá volvió a sentarse para pensar un plan. 
-Quiero ir a casa -suplicó Jacinto.
-Ahora volvemos -dijo su hermana concentrada dispuesta a encontrar una solución a este embrollo. 
Un deseo fuerte se apoderó de ella por hacer las cosas bien y reencontrarse con el amor de su Madre. ¡Milagrosamente alguien la escuchó! Jacarandá sintió que algo se despertaba dentro de ella por debajo de su ombligo. Era una sensación nueva que le daba cosquillas.
¡Una lucecita se había encendido dentro de ella! 
No sabía que era lo que estaba pasando, pero tenía la certeza de que esa luz era algo bueno. Puso las palmas de sus manos sobre sus rodillas y se entregó a la magia de esta luz que ascendía por el centro de su cuerpo haciéndole cosquillas. Se sentía enorme, como si esta luz tuviera la fuerza para elevarla de la tierra y acercarla al cielo. Abrió los ojos y vio a las nubes tan cerca que estiró las manos para tocarlas. La luz siguió ascendiendo y de repente la lucecita comenzó a golpear en lo alto de su cabeza. Ella apoyó su mano y tuvo una experiencia maravillosa. De lo alto de su cabeza salía brisa fresca. ¡Jacarandá no lo podía creer! Era la sensación más extraordinaria que había tenido jamás. Miró las palmas de sus manos y notó que de ahí también salía este airecito, mientras la lucesita la conectaba con el todo el universo. Estaba más feliz que nunca.

-Jacinto, tengo brisa fresca en las manos y en la cabeza, y es gracias a una lucecita que tengo adentro. ¿Quieres sentirla? 
-Sí -respondió sin titubear su hermano.
-Solo tienes que desearlo. Cierra los ojos y desea con fuerza que esta lucecita se despierte dentro tuyo.
Su hermano, cerró sus ojitos y dijo para sus adentros: “Lucecita, por favor, despiértate dentro mío”. ¡Y así fue! ¡Plin! la luz se encendió debajo de su ombligo y ascendió rápidamente a lo alto de su cabeza. Jacinto sonreía como nunca. Fue entonces cuando oyeron una enorme voz que provenía del bosque. Era la voz de la naturaleza que les decía:
“Esa luz que se despertó dentro de ustedes es el pedacito de universo que cada ser humano lleva dentro suyo. Es la energía que los cuida y los trajo a este lugar para que se vuelvan a conectar con ella. Ahora están conectados para siempre y pueden usarla cada vez que la necesiten. Es un poder que tienen que cuidar, para que se haga bien fuerte, y luego despertarlo en otras personas”.

Un fuerte viento voló los cabellos de los niños. Jacarandá notó nuevamente la presencia de los animalitos. Pero esta vez no tuvo miedo y con el corazón contento tomó de la mano a su hermano y le dijo:
-Volvamos a casa. Ya sé cuál es el camino de regreso.

Continuará…

Capítulo 5

Una vela enciende otra vela



El atardecer se hacía presente y Jacarandá caminaba con su hermano de la mano, protegidos por los animales que iban detrás.
A lo lejos ambos divisaron la casa. Contentos corrieron, pero algo los detuvo. Fue el grito de su madre, quien los esperaba preocupada en la puerta de la casa. 
-¿Dónde se metieron? ¿Me pueden explicar por qué se fueron tanto tiempo?
Mamá estaba enojada y había que darle una explicación.
-Entren ya mismo, estoy muy enojada. Tres horas solos en el bosque es mucho tiempo. ¡Hasta pensé en dar aviso a la policía!
De todos modos, Ana a veces era un poco exagerada.
-Mamá, ¿podemos ir al jardín?, queremos contarte algo.
Y tironeando de la mano la llevaron al jardín.
-Sentate mami. Yo quería darte una sorpresa, por eso pinté las paredes. ¿Me perdonas?
-Que sea la última vez.
-Y como te habías enojado, nos fuimos al bosque y tuvimos la experiencia más hermosa del mundo.
-¿Ah, sí?
-Sí, nos salía brisa fresca de la cabeza, gracias a la lucecita -agregó Jacinto.
-¿Qué? ¿brisa? ¿lucecita? ¿De qué están hablando?
-Yo cerré los ojos fuerte fuerte deseando que me perdones y de repente, se me encendió una lucecita adentro mío ¿Querés probar?
-¿Y qué tengo que hacer?
-Sólo tenés que desearlo.
Entonces Ana cerró sus ojos dejándose llevar por esta descabellada propuesta.
-Lucecita, por favor, despiértate dentro nuestro.
Y de repente ¡PLIN PLIN PLIN! Jaracandá, Jacinto y Ana sintieron un cosquilleo debajo de su ombligo.
-Lucecita por favor, sube a lo alto de nuestras cabezas.
-¡Tengo brisa fresca! -exclamó Jacinto.
La madre había alcanzado un estado de paz y tranquilidad que dejó su mente en completa calma.
-Es verdad, ya también puedo sentirla -dijo sorprendida la mamá.
Ana no sabía de que se trataba esta experiencia, pero estaba segura de que era un regalo del más allá, algo que escapaba a la mente humana.
-Están perdonados. Los amo pequeños.

Y los tres se fundieron en un profundo abrazo, acompañado por un viento que volaba sus prendas y sus cabellos. 

Continuará…

Capítulo 6

Una llegada inesperada


Al día siguiente el sol se asomó por las ventanas de Ana, quien como siempre roncaba como un chancho. Entreabrió sus ojos, con una sensación de paz desconocida para ella. Se levantó y fue hasta el baño a lavarse la cara. Se miró en el espejo y hubo algo que llamó su atención. Sus ojos estaban más claros que lo habitual y no tenía rastros de cansancio. Y además tenía la intuición de que algo bueno estaba por venir.

Caminó descalza por el pasillo pisando algunos juguetes y bajó la escalera.
En la cocina, mientras calentaba el agua para el té, sintió el motor de un auto que se acercaba. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Corrió la cortina y vio un taxi estacionar y las manos de un hombre que cargaban un maletín.
-¡El maletín de Fermín! 
Y así como estaba, descalza y en camisón quiso correr a su encuentro, pero como de costumbre no encontraba las llaves, y como un correcaminos subió y bajó la escalera unas siete veces, mientras se tropezaba con todo lo que se cruzaba en su camino.
-¿Donde he dejado las llaves?
Hasta que por fin las vio sobre la mesa.
-¡Allí están! -Desesperada se abalanzó sobre el manojo de llaves y por fin abrio la puerta.

-¡Hola, Ana! -exclamó al verla su esposo.
-¡Fermín! No lo puedo creer ¡Yo sabía que algo bueno iba a suceder!
Fermín dejó su valija en la puerta y abrazó con alegría a su mujer.

Ana y Fermín aprovecharon que los pequeños durmientes continuaban en sus camas para tomar tranquilos un té, mimarse un poco y hablar de cosas de gente grande.

Hasta que alguien se asomó por la escalera. Era Jacarandá. 
-¡Hola papi! Mmm, ¿Te ha contado mamá lo de …?
-Baja la escalera, ven a saludar a tu padre.
Jacarandá se acercó a su mamá y le dijo al oído: 
-¿Entonces no le has contado nada todavía?
La madre cómplice, guiñándole un ojo, le dio a entender que no le había contado nada de la travesura. Jacinto se asomó desde su habitación y al ver a su papá corrió a esconderse debajo de la cama.
-¿Quién anda por ahí? ¿Me parece a mí o he visto un pequeño zorrillo debajo de la cama?
Fermín subió las escaleras, se asomó debajo de la cama y allí lo vio, escondido tras un zapato.
-No lo volveremos a hacer nunca más papá, lo prometo.
-¿Qué ha pasado aquí en mi ausencia? Ana, ¿me están ocultando algo?
-Bueno, ya más tarde te contaré, travesuras de niños.
-¿Podemos contarle a papá lo de la lucecita? -preguntó la niña.
-Pues claro mi vida -dijo Ana- mientras servía el desayuno a la familia. 
-Fermín, los chicos tienen algo muy importante para contarte.
-¡La lucecita! -dijo entusiasmada Jacarandá.
-¿Qué lucecita?
-Una que tenemos adentro y que cuando se despierta te sale vientito fresco por las manos.
-Estoy muy cansado, ¿no me lo quieren enseñar más tarde? Ahora me quiero dar un baño y dormir un rato.
-No papá, tiene que ser ahora. ¡Es muy importante!
-Estoy muy cansado chicos, dormí poco en el avión. 
-Dale papi, por favor ¡hagámoslo ahora!
-Bueno, al menos déjenme darme un baño y ponerme ropa más cómoda.
-Está bien papá. Nosotros te esperamos en el jardín. 


Continuará...

Capítulo 7

Una vela difícil de encender


Fermín desganado y cansado, se acercó a la reunión y se sentó junto a su familia.
-Es muy fácil papi. Ven, siéntate con nosotros, escuchá lo que digo y déjate llevar.
-Me parece que está por llover niños, ¿por qué no lo dejamos para otro momento?
-No papi, queremos hacerlo ahora, la lluvia nos va a esperar. Cerrá los ojos. Apoyá tus manos en el pasto, no pienses en nada y repetí para tus adentros: "Madre tierra por favor, llévate nuestros miedos y nuestro cansancio. Déjanos limpios para que la lucecita se despierte dentro nuestro y nos conecte con todo el universo".

-Basta niños, estoy muy incómodo. Terminemos con estas tonterías y no me hagan perder tiempo que estoy muy cansado.
-Espera papi, tienes que probarlo.
-No tengo tiempo para perder. Jueguen entre ustedes que esto es cosa de niños. Me voy a descansar.
Un fuerte trueno rompió el silencio de la mañana mientras comenzaron a caer las primeras gotas.
-Mama, ¿por qué papá no pudo sentir la lucecita? -preguntó con tristeza la niña.
-No lo sé pequeña. Démosle tiempo, ya la va a sentir.
-¡Está lloviendo! -exclamó Jacinto mirando hacia el cielo.
-Entremos niños.
–Me encanta la lluvia, me quiero quedar un ratito más.
-No, no, no, todos adentro que se viene una fuerte tormenta. 

Continuará...

Capítulo 8

Un extraño día de playa


Por la tarde el cielo se despejó y Ana preparó todo para pasar un día de playa junto a su familia.

-¡Vamos a la playa?! 
-No cuenten conmigo. Me quedaré en casa trabajando. Tengo muchos mails para responder, una reunión vía skype al mediodía y tengo que terminar una presentación.
Ufa!
-Lo siento pero no tengo tiempo. Veré si más tarde me hago un espacio y paso a saludarlos. 
Ana, acostumbrada a las constantes ocupaciones de su esposo no dijo nada.
-Vamos pequeños, aprovechemos que salió el sol y dejemos a papá trabajar así luego puede venir con nosotros.
-Si Ana, vayan a la playa por favor, necesito silencio para trabajar.

Ana tomó de las manos a sus hijos y los tres salieron de la casa rumbo a la playa.

Continuará...

Capítulo 9

Una travesura marítima:



Al llegar a la playa, Ana vió a una amiga a la que hacía mucho no veía. Corrió a saludarla, olvidando que atrás de ella venían sus dos hijos, siempre listos para hacer alguna travesura. Dicho y hecho, aprovechando la distracción de mamá Jacarandá soltó al aire sus mágicas palabas: 
-Listos, preparados, ya. 
Nuevamente se lanzaron en una carrera y esta vez la meta era el mar.
-¡Esperame! -pedía a gritos Jacinto.
-¡Gané! Nos metemos al agua? Propuso la inquieta e incansable niña.
-Mamá se va a enojar.
-Pero nos metemos un poco nada más. Vení, dame la mano, entremos juntos.
-Me da miedo el agua -dijo quejándose su hermano.
-Jacinto, vos ya sos un nene grande, no podés tener miedo.
Y con mucho valor los "hermanitos Baywatch" fueron entrando en el mar, metiéndose
cada vez más hondo. Al principio hacían pie, pero de un momento a otro, perdieron el contacto con la arena y el agua comenzó a taparlos.
-Jacinto, no me sueltes la mano.
-Mami, quiero mami -balbuceaba Jacinto con la boca llena de agua.
-¡Agarrate fuerte!
El mar los sacudía cada vez más fuerte, y poco a poco los iba metiendo más profundo. El agua no les permitía ver, y las olas los llevaban de un lado a otro. Jacinto se agarraba con fuerza de su hermana, pero el miedo y la angustia lo desesperaban cada vez más.
-¡Ayuda, auxilio! ¡Mami!
El mar no les daba tregua y los zarandeaba de un lado a otro. Jacarandá se dio cuenta que una vez más estaban en problemas y esta vez eran muy serios.
Desesperada, pensó: “Alguna manera tiene que haber para que podamos regresar a la orilla”. Y fue en ese mismo instante que se acordó de su nuevo poder: “La lucesita”. Entonces con un fuerte deseo dijo para sus adentros: “Lucesita, por favor, despiértate dentro mío” y mágicamente “Plin”, la lucesita se despertó. De pronto e inesperadamente se formó una ola inmensa que los llevó barrenando de vuelta hasta la orilla. Jacinto salió gateando con la cara llena de mocos y arena. Ella estaba feliz porque comprobó el poder que llevaba dentro suyo, y entendió que siempre estaría protegida, aunque capaz no era necesario exponerse ante tantos riesgos. 
-Te prometo que nunca más nos metemos solos al mar.
-Mami, quiero mami.
-Allá está mamá -gritó la niña, y lentamente se acercaron a su madre quien entretenida con la charla, ni se había percatado de la travesura de sus hijos.

Continuará...


Capítulo 10

La tormenta final



Por la tardecita Fermín terminó sus asuntos laborales y fue hasta la playa a hacerle una propuesta a su familia:-Qué les parece si alquilamos un velero y salimos a navegar?
-¡Si! ¡Me encanta andar en velero! No me aguanto la felicidad!
-¡No, al mar no! No gusta el mar -dijo el niño.
-Jacinto, vos ya sos un nene grande, no podes tener miedo, el poder de la lucesita nos protege.
Ana estaba felíz con la idea aunque desconfíaba un poco de unas nubes que asomaban a lo lejos. Pero después pensó que seguramente esas nubes se irían.

Y en un abrir y cerrar de ojos los Mc Love se encontraban subidos a un pequeño velero timoneado por el padre.
Ana estaba con Jacinto en el camarote preparando sandwichitos para el almuerzo. Era el menú que siempre la salvaba.
En la proa estaba Fermín timonenado el velero y amarrando las velas. A su lado se encontraba Jacarandá mirando con su largavista lo que pasaba a lo lejos.
-¿Te puedo ayudar papá? Querés que sea tu asistente?
-No Jacarandá. El mar está muy revuelto y hay mucho viento. Esto es cosa de grandes.
-Puedo mirar con mi largavista y decirte como está el mar más adelante.
-No me distraigas Jacarandá. Anda para adentro con mamá.
-Ni loca te dejo solo
Tomó sus binoculares y vio algo que la hizo estremecer.
-¡Papá! ¡Más adelante veo las olas moverse con mucha fuerza! Me parece que hay una tormenta. ¡Tenemos que volver!
-No digas pavadas, ¿a mi me vas a decir lo que tengo que hacer? Hace años que navego! Lo tengo todo controlado. ¡No me desconcentres y ve para adentro!
-Te dije que no te voy a dejar solo. 
Volvió a mirar por sus binoculares y señalando hacia adelante exclamó: 
-¡Más adelante está lloviendo! ¡Volvamos!
Y de repente el padre descubrió que su hija tenía razón, estaban entrando en una fuerte tormenta y el mar se estaba poniendo peligroso.
Fermín miró hacia la popa y notó que había entrado un poco de agua, entonces sujetó los cabos con fuerza para amarrar las velas y virar hacia el sur, que era donde estaba la costa.
-¡Tenemos que bajar las velas! exclamó el padre, sintiendo en su nariz las primeras gotas de lluvia.
-Está lloviendo papi, ¿qué hacemos?
-¡Tengo que izar la vela mayor que es la que propulsa el barco!
La tormenta se hacía cada vez más intensa y la navegación se estaba complicando.
-Ve al camarote con tu madre, y dile que llame a Prefectura para dar aviso de nuestra situación. Yo mientras tanto intentaré regresar.
Jacarandá, tomándose de una baranda del estribor para no caerse, mientras se dirigía al camarote pensó: ”Alguna manera debe haber para que pueda ayudar a mi papá”. Y de repente se acodró de “La lusecita”. Corrió juntó a su padre y le dijo:-¡Yo sé como ayudarte, tenemos que despertar la lucesita dentro tuyo!
-Dejate de pavadas Jacarandá, sólo podremos salvarnos si logro virar el velero hacia el sur y regresar a la costa.
-Pero la lucecita es muy poderosa, te lo juro, a mí me ayudó mucho. Solo tenés que desearlo. Dejame que te enseñe.
-No me distraigas más. Yo no creo en esas cosas. No existe ninguna lusecita, eso es cosa de niños. ¡Corre al camarote y dile a tu madre lo que te pedí!
Jacarandá corrió entristecida al camarote.
El padre quedó en la proa, luchando contra viento y marea, y pudo verse sólo frente a la naturaleza y al destino. Miró el horizonte y notó el cielo completamente negro. El barco se sacudía con más fuerza. Estaba desesperado y ya no sabía que hacer. Miró el cielo y reconoció sus limitaciones humanas mientras resonaban en su cabeza las palabras de su hija. Pero era demasiado orgulloso como para pedir ayuda, y menos a una niña. Fue entonces cuando una inmensa ola lo bañó por completo. Fermín deshauciado gritó al cielo: “Ayuda, que esa lusecita o quien sea, me ayude, me rindo, sólo no puedo contra esta tormenta”. Y era tan grande el deseo de salvar a su familia y el amor que sentía por ellos que de repente: “Plin”. La lucesita se encendió dentro suyo!! Inmediatamente sintó unas cosquillas debajo de su ombligo que subieron a lo alto de su cabeza. Y en un segundo comprendió todo. Pudo ver lo obnubilado que estaba por el trabajo y las responsabilidades y como había descuidado a su familia, se rió de lo ridículo de su comportamiento y de no aceptar la ayuda de su hija y entendió el gran mensaje que le estaba dando la naturaleza. Era momento de cambiar, de entregarse y de conectarse con esta energía de la que le hablaba su hija. Volvió a mirar el cielo y notó que estaba saliendo el sol y que se había formado un hermoso arcoiris mientras las olas se iban calmando poco a poco. 

Jacarandá sintió un amor inconmesurable en su corazón y corrió a la cubierta a ver a su padre.
-Papi, ¿tu has encendido tu lusecita?
-Me parece que se me ha despertado sola hija. ¿Cómo te has dado cuenta?
-No se...me lo imaginé. ¡Se está despejando!! Mami, ven afuera, está saliendo el sol, ¡estamos fuera de peligro!Ana salió del camarote maravillada por arcoiris gigante que los cubría.
-Es cierto! ¿Quieren que comamos los sandwichitos?
-¡No hay mejor plan que comer con mi familia esos ricos sandwichitos!Y así pasaron la tarde los MC love, disfrutando de la navegación y esa luz que se había despertado dentro suyo, y que ahora los conectaba con el universo para siempre.


FIN!